En los últimos años se ha visto un desarrollo-
si así se le puede llamar- de la ciudad de manera desmedida. El crecimiento
incontrolado de centros comerciales, supermercados, agencias de autos y grandes
desarrollos de vivienda de lujo, pareciera sembrar la idea en la gente, foránea
y local, de que Mérida está viviendo un gran momento en su economía y que la
calidad de vida es buena.
Sin duda alguna, aún no llegamos a los grandes males de grandes
ciudades. Pero poco a poco nos encaminamos hacia ello. Nuestra ciudad, día con
día y como consecuencia de una mala planeación, va perdiendo su encanto. Cada
vez hay menos zonas verdes y arboladas que ayuden a mitigar el calor y los
tiempos de traslado aumentan. Se empiezan a escuchar más casos de inseguridad y
las personas cada vez salen menos a la calle para convivir y hacer uso del
espacio público.
Entonces, ¿qué está pasando? ¿Las construcciones que se ven a diario en
nuestra ciudad a quién benefician? Desarrollo ¿para quién? y ¿para qué?
Los que habitamos la ciudad de Mérida muy poco hemos visto de los
efectos positivos de dichas obras, aunque existe quien las aplaude y defiende usándolas
como indicador del desarrollo económico que está viviendo la ciudad. Sin hacer
referencia únicamente a los políticos, sino a ciudadanos que por igual hacen
suyo tal discurso.
En un panorama cuantitativo y según datos del INEGI y CONEVAL, la ciudad
de Mérida tiene una población aproximada de 830,732 habitantes; de los cuales
el 29.4% viven en condiciones de pobreza, el 32.8% padece de una o más
carencias sociales (acceso a la educación, salud, vivienda, alimentación,
servicios básicos y seguridad social), el 28.5% es vulnerable por ingreso y
sólo el 9.3% no es pobre y no tiene carencias sociales. Del total de la
población económicamente activa el 60% gana tres o menos salarios mínimos equivalentes
a $6,309 pesos mensuales. Para que una familia promedio de nuestra ciudad pueda
tener acceso a productos elementales de la canasta básica necesita aproximadamente
$7,560 pesos mensuales. Con ello se puede ver que los grandes complejos
comerciales y de vivienda están muy por encima de los ingresos económicos de la
mayor parte de la gente.
Los efectos cada vez son más notorios. Los territorios en donde estas
obras se asientan están provocando que los vecinos de la zona se vean abrumados
por los cambios urbanos que se ocasionan. Se ven afectados en su forma diaria
de vivir, generándoles mayor tráfico vehicular y ruido ambiental, perdiendo
toda tranquilidad que la colonia posee y por la razón que decidieron habitar en
ésta. Al igual, cuando las obras se asientan en zonas en donde el poder
adquisitivo de los habitantes no es exactamente su target o mercado, los inversionistas operan con la estrategia de
comprar dichas viviendas para construir más comercios o simplemente complejos
habitacionales más caros.
En cualquiera de los dos casos mencionados, existe un desplazamiento de
la gente. Ya sea porque la tranquilidad es amenazada y buscan otro sitio en
donde puedan recuperarla, o simplemente porque no forman parte del estatus que
se requiere para el lugar porque su nivel económico no lo permite. Puede ser
que en esta situación sean enamorados con grandes sumas de dinero, o presión,
para vender su propiedad y entonces sí la zona se transforme en lo que los desarrolladores
planean: una vivienda de lujo para que luzca junto con los grandes comercios
que se ubican en el área.
¿Qué pasa con toda la gente que fue prácticamente expulsada? Lo que hoy se
ve es que los territorios en donde los servicios existen en mayor cantidad y
más cerca de la gente, son los lugares en donde se empiezan a dar estos
procesos de gentrificación y segregación: se crean grandes desarrollos para que
la gente con el dinero suficiente lo pueda pagar y a los que no tienen el
alcance se les desplaza a las periferias de las ciudades en donde la vivienda es
más económica, pero en donde la falta de servicios y espacios públicos es
escasa y la vida, en lugar de ser más barata se convierte en cara por el tiempo
y el dinero que se gasta en transporte al trabajo, a la escuela y en acceder a
diferentes servicios; convirtiendo a estos territorios en trampas de pobreza y
donde hoy a las autoridades no les interesa resolver la situación. Y se sigue
fortaleciendo con esto, la creencia de las dos Meridas.
Tenemos que defender la ciudad, es nuestra responsabilidad como
ciudadanos el debatir estos temas y empezar a ponerlos sobre la mesa antes que
nos rebase y la realidad nos alcance a cada uno de nosotros. Como seres humanos
tenemos el derecho legítimo de transformar nuestro hábitat cuantas veces se
requiera y creamos necesario para poder ser felices. Construyamos una ciudad más
justa y equitativa, en donde la inversión pública sea pareja y la calidad de
sus servicios igual. Empecemos a construir entre todos una ciudad en donde se
detonen reales procesos de desarrollo que nos permitan generar mejores ingresos
a todas las familias de nuestra ciudad y las brechas de desigualdad empiecen a
reducirse. Pero para todo esto es necesario organizarnos y ser solidarios para
exigir nuestro derecho de hacer ciudad e involucrarnos en las decisiones, sin
dejarlo todo en manos de unos cuantos desarrolladores y políticos que especulan
con la vida de la gente y de nuestra ciudad.
Adrián Gorocica Rojas
Miembro del Colectivo Asambleas Ciudadanas MID.
